Anna Codorníu es ‘drimvic’: en busca de la conexión y el cambio

Por Mar de Alvear

Anna Codorníu (drimvic) autora de un blog y de un libro sobre Madrid y las personas que hacen bonitos sus rincones. Ahora, desde la ciudad en la que reside, Estocolmo, sigue invitándonos a reflexionar. Ella es un buen ejemplo de cómo los pequeños gestos marcan una gran diferencia. El futuro nos va en ello. 

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Comprometida, sensible y muy reflexiva. Así podría definirse a Anna Codorníu si reparamos en aquello que comparte en sus redes sociales. Cada una de sus palabras y cada una de sus fotografías inspiran calma. Y eso, más que nunca es preciso, es necesario. Es un regalo. Nada queda en la superficie, porque ella invita a sumergirse en lo verdaderamente importante. 

No tiene ninguna duda: el acto de comprar es una decisión política. “Con cada compra (y con cada no compra) estás apoyando, o no, unas prácticas determinadas, un tipo de empresa, de producción, de consumo. Tengo la sensación de que si tuviéramos más conciencia de esto, de a qué estamos apoyando cuando consumimos, muchos hábitos cambiarían”, declara. 

Desde el amor y el respeto

Por su parte, siempre intenta apoyar proyectos que sean respetuosos con las personas, con el entorno, con la naturaleza… que hagan su trabajo desde el amor y el respeto. Es decir, se informa, y elige “prácticas amables (hacia la tierra, hacia los animales) y pensar muy bien qué necesito antes de comprar para comprar solamente eso, no despilfarrar. En el caso de la comida me parece más importante aún: cojamos de la naturaleza solo lo que necesitamos, no nos aprovechamos de ella”, indica. Más claro imposible. 

Hace un tiempo que Anna inició un cambio. Hoy por hoy, sigue en la senda del aprendizaje. Asegura que creció pensando que todas las frutas y verduras estaban disponibles todo el año. Ahora, que ya sabe que no es así o que no debería ser así, asegura que visitar mercados en los que comprar directamente a los productores es un gran aprendizaje. “Te das cuenta de hasta qué punto las hortalizas, verduras y frutas son diferentes de las que vemos en el supermercado, en tamaño y ‘deformidades’, en sabor”, explica.

Desconexión

Para ella la clave es la desconexión respecto a los alimentos que consumimos y la distancia entre lo que tenemos en el plato y nosotros. En su opinión, es muy difícil que te importe algo si no se conoce, si primero no hay una conexión. 

“Es como si una parte de nosotros creyera que los alimentos crecen en el supermercado. Creo que si viviéramos más de cerca cómo se cultiva, si viéramos cómo se trabaja la tierra, si supiéramos cómo se elaboran los alimentos, cambiaría mucho nuestra forma de consumir. Nos preocuparíamos porque las prácticas agricultoras fueran amables con la tierra, con las personas que la trabajan y con nosotros como consumidores”, argumenta. 

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Hacerse preguntas

El suyo es un ejemplo de cambio posible, consciente y acorde con la realidad, paso a paso. “Empecé justamente por la comida, hace quizás cinco o seis años. Empecé a consumir verdura y fruta ecológica, es decir, que no han estado expuestas a pesticidas, herbicidas, etc. Después pasé a los huevos, a la carne, a la leche… a toda la comida. Empecé a plantearme los ingredientes y añadidos que llevaba la comida procesada y simplifiqué la forma de comer, a apostar por hacer más cosas yo en casa y cuidar, así, más de mí y también del entorno”, explica.

Tras los primeros cambios, llegaron naturalmente otros. Por ejemplo, reducir las compras, el consumo de plástico… Y Anna, de naturaleza reflexiva, se hizo nuevas preguntas: “La ropa que llevo, los muebles que tengo en casa, los objetos que utilizo…, ¿quién los ha hecho?, ¿de qué forma?, ¿en qué condiciones? Para mí ha sido y sigue siendo un camino de conciencia que no termina nunca, un camino que me lleva a cuestionarme las cosas, a simplificar, a reducir, a apostar por la artesanía, por lo cuidado… en definitiva, por aquellas personas que hacen su trabajo desde el amor y desde el respeto hacia todo”, comparte. 

Poco a poco

La autora del blog Drimvic y del libro Historias de Madrid comparte algunos gestos que podemos incorporar en nuestro día a día: “Apoyar el comercio de barrio; comprar a granel todo lo que sea posible y llevar tus propias bolsas o recipientes; intentar reducir el consumo de carne (se puede empezar por “los lunes sin carne”); apoyar a aquellas empresas que cuidan (huevos de gallinas criadas en libertad, productos ecológicos siempre que sea posible, evitar el pescado de piscifactorías…)”; fijarte de dónde procede la fruta y verdura, y apostar siempre por la que sea del país o la más cercana”, enumera.

A modo de despedida, un último consejo: “Lo importante es no abrumarse y empezar por algo que resulte sencillo y que no imponga; cuando eso esté incorporado y se haya convertido en un hábito, incorporar otro gesto más, y así sucesivamente. Aunque parecen gestos insignificantes, si muchas personas lo incorporan, el cambio es muy significativo”.

Hagamos que así sea. Que importe, que nuestro día a día no se quede en la superficie, que repare en los detalles y llegue a la profundidad. Anna es un buen ejemplo, bonita inspiración.