De cocidos, croquetas y chuletones con Camela al otro lado del río
Por María G. Aguado
Yo nunca había cruzado el río. ¿Hacia dónde? Diréis quienes no vivís cerca del Sur de Madrid. Hacia la zona de Carabanchel, claro. Madrid, durante mucho tiempo, ha sido lo que estaba limitado al sur por el Manzanares. Más allá, lo inexplorado. Nadie movía el culo porque nadie tenía nada que ver al otro lado, aunque fuese muy sencillo y agradable de cruzar por el puente de Toledo.
Así fue hasta que un puñado de artistas, productores, escritores, periodistas… decidieron que la M30 delimitaba sus posibilidades de independencia, pero no su Madrid.
Y así, esa hostelería que nunca necesitó a “los de la almendra de Madrid”, o sí pero nadie les hizo caso, empezó a verse concurrida, incluso en algunos medios, y lucían orgullosos y agradecidos su aparición impresa tras la barra. La gente empezaba a venir del centro en busca del chuletón de La Parrilla de Usera. De ese barrio es Camela y mi madre, a ambos les admiro y ambos alternan (qué gran verbo) en ese bar-restaurante que Melu llena hasta la bandera para comer sus bocados de morcilla, las croquetas de jamón, los tacos de merluza o, ya en mesa, una buena carne a la piedra.
Esos son los dominios del Dioni y de mi familia materna. Los míos son, desde hace ya cuatro años, la zona de Carabanchel, los comparto con Rosendo, a quien se le tiene tan presente, que el bar de cañas de confianza se llama Maneras de Vivir, y está junto al Palacio de Vistalegre. Era sala de espera con cerveza cuando había concierto, ahora es terraza de nostálgicos. Aquí hay bares, bares a porrillo. Y sorpresas tan gratas como la de Astral Café, en el Camino Viejo de Leganés, donde te puedes comer un cochinillo segoviano, unas anchoas en pan de cristal y unas croquetas por las que Julia Child habría abandonado la cocina francesa para seguir haciendo bechamel pero con trozos de jamón como puños.
Por aquí la caña es más barata y suele ser de botellín, como en mi pueblo, y con torreznos, como en todo pueblo que se precie de serlo. Y, a veces, la caña se disfruta por Vallecas. Moviéndome en línea recta sobre el mapa hacia Puente de Vallecas, doy con La Cruz Blanca de Vallecas, lugar de peregrinaje para los amantes del cocido, pero de un cocido de escándalo, fíjate si es de escándalo que tiene hasta aparcacoches. ¿Que qué se te ha perdido en Vallecas? Un cocido en tres vuelcos y un batiburrillo de sobras envasadas al vacío que le hacen a uno la resaca, nada menos.